“Te sientes enferma, te haces una prueba para descartar que sea covid-19, esperas el resultado y, ¡sorpresa!, eres positivo. Entonces te quedas en tu casa y vas notando cómo tu salud empeora, hasta que no tienes fuerzas en tu cuerpo y sientes que no puedes más. La mejor opción: ir a un hospital, el más cercano, en el que ya te han salvado la vida otras veces”.

Con estas palabras, una sobreviviente de coronavirus empezó su relato en una carta dirigida al personal médico del Hospital El Salvador de Ubaté.

La misiva la escribió con su puño y letra mientras se encontraba en zona de aislamiento hospitalario de covid, cuando cumplía un periodo de recuperación del virus en ese centro asistencial.

La mujer, de la cual no revelaremos su nombre, describió las sensaciones que le dejó su paso por El Salvador, a la vez que agradeció la atención que recibió por parte del personal de la Empresa Social del Estado (ESE).

En una hoja tamaño carta, esta paciente llenó de elogios al personal que la atendió, a quienes se refirió como “ángeles”.

“Aquí hacen todo para salvarte. Te examinan, te medican, vigilan cómo mejoras y se aseguran de que así sea. Son ángeles que Dios pone en la tierra para cuidarte, y vienen una y otra vez y te dicen: -¿cómo estás? ¿cómo te sientes?-. Te hacen sentir especial”, indica.

A la vez, agradece a Dios por la vida y la salud de todos los trabajadores del hospital. “Quiero dar gracias a Dios por sus vidas, por las de sus familias y por todo el sacrificio que hacen por nosotros. Bendícelos y guárdalos siempre. Desde las personas del aseo, que vienen y limpian mi mugre con una bonita sonrisa oculta bajo un tapabocas”.

Y sigue expresando: “Luego viene el desayuno, preparado de manera especial para mí, sin lácteos, y entonces me saludan con otra sonrisa oculta. -Buenos días, ¿cómo te sientes? Ya está el desayuno, cómetelo caliente. Es importante que comas-”.

La mujer, que duró más de diez días internada a mediados del mes de enero, justo en el segundo pico de la pandemia, hizo énfasis en el esmero que evidenció al momento de ser atendida.

“Dios, sólo tú sabes cuánto me alegra escuchar esto, cómo me llena la calidad que encuentro en cada una de estas personas. No sé desde qué hora se levantan para preparar todo aquí. Somos muchos y ellos tienen la bondad de hacerlo, y lo hacen con amor porque se siente en el sabor de la comida, en el desayuno, en el almuerzo y también en la cena. Gracias Dios, bendícelos a ellos y sus familias”.

Y agrega: “Enfermeros jefes y auxiliares, siempre con su disposición, llenos de buena energía. Me encanta escuchar sus risas en el pasillo mientras hacen una labor tan increíble como cambiarle un pañal sucio a un abuelo sin siquiera renegar por su olor. Vienen a tu cuarto con una enorme sonrisa que se puede ver en sus ojos, esos ojos que te miran cuando te preguntan si prestamos atención, porque a pesar de todos los pacientes que hay, cada vez que vienen te recuerdan”, detalla.

Ocho gruesos párrafos le alcanzaron para expresar su reconocimiento a todo el personal de El Salvador que la atendió, carta que fue leída en voz y que llenó de alegría a los galenos, así como al personal administrativo y operativo.

“También está el médico con sus hermosos ojos y su calidad humana, quizás un poco acosado con tanto trabajo, pero atento a escuchar y decidir qué más puede hacer para ayudarte una y otra vez, buscando lo mejor para ti. Qué decir del internista que llega y te dice: -¿No te acuerdas de mí? Así son las mujeres-. A lo que le respondo: ¡Claro que me acuerdo!, ¡cómo no!, si gracias a él estoy aquí. Fue él quien me dijo que era mejor quedarme aquí por mi seguridad y la de mi familia. Entonces, recuerda cuando me conoció en urgencias”, resalta.

Subraya que no le alcanzan las palabras para describir por el apoyo y los cuidados recibidos. “Quizá el dinero del mundo no alcance para pagarles a estas personas por todo lo que hacen por los demás, pero sé que Dios puede retribuirles todo lo que dan. Realmente creo que no son humanos, son ángeles, seres superiores disfrazados de personas”.

Finalmente, la mujer se despide con un mensaje de admiración: “Gracias infinitas a todos y cada uno por lo que han hecho por mí en este lugar, toda mi admiración y respeto. Dios y la vida los compensarán”.

Esta carta ya hace parte de la decoración de la recepción del área de hospitalización y aislamiento, detalle que les recordará a todas las personas que trabajan por la salud, y, sobre todo, las de quienes sufren o padecieron de este virus: sin ellos, sin el personal de este hospital, la historia de muchos ya habría terminado.

Jorge Suárez Celis

REDACCIÓN LA VILLA