Los católicos del municipio de Ubaté están de fiesta; debido a que celebran su propio acontecimiento que les permite alimentar su esperanza y su fe: el 6 de agosto, día de la renovación del Santo Cristo de Ubaté.
Para muchos este día es la esencia de las ferias y fiestas. El día que se espera año a año con fervor para poder expresar su agradecimiento y reconocimiento al ‘patrono’ de Ubaté.
El Santo Cristo ‘feo’
Según documentos y testimonios, el Cristo era una escultura imperfecta, desproporcionada e insípida. Los sacerdotes de hace 400 años indicaban que motivaba más al desprecio que a la devoción.
Antes de este fenómeno, (al que se le denomina renovación) del que fueron testigos un sacerdote y una barrendera, el Santo Cristo no tenía los azotes y las llagas que son labradas en todas las representaciones de Jesús. Tampoco tenía un lugar fijo en iglesia, a tal punto que estuvo cerca de ser destruida.
A partir de ese acontecimiento, la historia del Cristo cambiaría radicalmente. Sin tocarlo, aparecieron las heridas, se plasmó una nueva mirada en su rostro, esta vez de sufrimiento y su imagen comenzó a hacer milagros.
Los promeseros
Por eso desde 1923, y luego de ser instalado en un camarín, miles de promeseros provenientes de municipios de Boyacá, Santander y Cundinamarca visitan la catedral de Ubaté donde se encuentra expuesto, seguros que el Santo Cristo hará hasta lo imposible por cumplir todas sus peticiones.
Los promeseros, dispuestos a venerar la imagen, llegaban en tren hasta Ubaté, desde Saboyá, Puente Nacional y Bucaramanga. Se bajaban en las estaciones de Villegas y La Isla de Ubaté y eran conducidos en chivas hasta la catedral. También había personas que llegaban en camiones y caballos. Traían tiples, guitarras y cantaban mientras recorrían las principales calles hasta llegar a la iglesia
Hoy, el Santo Cristo de Ubaté está encima del altar mayor del templo para que todos puedan venerarlo.
“Personas que nos visitan, sigan y crean en el Santo Cristo porque él está alegre por esta celebración”, dice en cada misa, el párroco de la Basílica Menor, Pablo Jaime.
REDACCIÓN LA VILLA