Jetón Ferro –o Antonio María Domingo Ferro- nunca habrían imaginado ver la frontera que hacía de su terruño un islote convertida en un tapete verde extendido hasta el horizonte. Pero poco se imagina el hombre que los espejismos son más comunes que la costumbre.
Más de siete décadas han pasado desde que el poeta habitara una isla en la laguna, y Fúquene ha cambiado con gran rapidez. Como sistema hídrico vital para 179.000 habitantes de la región, se ha enfrentado a una notoria reducción de su cuerpo de agua. De las más de 10.000 hectáreas de 1936 a los escasos 1.950 metros de hoy.
Plantas acuáticas como el junco y el buchón podrían reducir por completo esa extensión, por cuenta de la reducción total de la capacidad de almacenamiento de agua de la laguna para el año 2020. Del lugar de realización de regatas cuyo destino eran el caserón del poeta Ferro –un baluarte escondido a los mundanos placeres del resto del mundo- solo quedaría un sentimiento de añoranza.
El panorama es aún más desalentador si se cuentan los perjuicios de tal desaparición: más de 100 especies de aves y peces desaparecerían, al igual que el refugio de las 3 aves migratorias que anualmente llegan de los hemisferios norte y sur para huir del invierno.
Hoy, la comunidad que sabe algo de la cuenca de Fúquene reconoce que el lío ambiental existente es peligroso para toda la región, pero evade el asunto porque del aprovechamiento de estas tierras ha conseguido un éxito económico sin precedentes. Y no está dispuesta a perderlo.
No hay que olvidar que su secamiento, encargado por Bolívar a un empresario al que le regaló la laguna -sí, la que es de todos, regalada a uno solo -, fue el principio del fin de este cuerpo hídrico. La historia se repitió, y lo sigue haciendo: bienes y servicios sacados, literalmente, de la laguna han hecho la fortuna o la sobrevivencia de muchos.
San Miguel de Sema, una población de Boyacá, recuerda todos los días los permanentes intentos de acabarla. Allí se asentaron los trabajadores encargados de excavar el túnel por el que se drenaría el agua de la laguna, labor que nunca se completó, ¿para bien?
Imagínese, textualmente, que la laguna es su lavaplatos, al que en algún momento usted le quita el cifón para extraer de él toda el agua que usted, convenientemente, ha dispuesto ensuciar, acción en la que usted cree se va por el desagüe toda la historia de deforestación, sobreexplotación, subutilización de suelos y ampliación de la frontera agrícola.
Un ejemplo de tal falta de consciencia, educación, seguimiento y evaluación de parte de las poblaciones y del Estado es que diez poblaciones cercanas a la región, con sus industrias lácteas a bordo, conducen por los desagües mal planeados y construidos todas sus aguas residuales hasta las inmediaciones del terreno.
Pero ello no interesa a la hora de buscar responsables cuando las lluvias recuperan el plano geográfico inundable que constituye naturalmente este tipo de terrenos. Cuando el invierno del 2011 anegó lo que eran ya terrenos para el ganado y el cultivo, y no un espejo de agua surgido del mar del Mioceno hace miles de millones de años, se dijo que era el invierno el culpable de la pérdida de tierras productivas y ganado, así como del sustento de 70.000 familias.
Fu, el dios al que se le atribuye en la leyenda popular entorpecer la construcción de una vía férrea hace 185 años, cuando los planes eran desecar el cuerpo de agua y hacerlo tierras ganaderas y de cultivo –supuestamente para hacer de este un país competitivo-, bien podría haber muerto hace muchos años, pues a la fecha ninguno de nosotros ha palpado una de sus obras defensoras de la tierra que lo vio nacer.
¿Será que ninguno de nosotros puede interceder por él ahora?
Juan Carlos Molano
REDACCIÓN LA VILLA