Martha Isabel Montaño es esposa de Javier y madre Christian y Diego. Tiene 48 años y mide un metro con 55 centímetros. De acuerdo con los médicos, el peso ideal para una mujer de su edad y su estatura es de unos 58 kilos, sin embargo, llegó a pesar 97.
En 2008, cuando tenía 35 años, la vida le cambió de manera abrupta. El 30 de septiembre de ese mismo año, Martha sufrió un accidente cerebrovascular que le ocasionó inmovilidad en medio cuerpo y parálisis en la cara y las extremidades, hecho que la tuvo 36 días internada en una clínica en Bogotá y al borde de la muerte.
“El accidente me dio porque se me subió las tensión y como sufro de triglicéridos altos, provocados por el sobre peso, mala alimentación y no hacer ejercicio, todo se unió”, cuenta Martha, quien además narra lo difícil que fue su recuperación: “yo me vi mal, los médicos le dijeron a Javier (el esposo) que ya no había mucho por hacer, que no saldría de esa. Mi familia estaba asustada”.
Tal situación la llevó al límite, tanto que se aferró a las creencias religiosas que había perdido. “No era muy creyente, no iba a misa, ni creía en Dios, solo lo veía cuando lo necesitaba, era sedentaria tanto física como espiritualmente. Me arrepentí de todos mis pecados. Recuerdo que por esos días presidieron la misa en la habitación donde estaba, era un 14 de octubre, y le pedí al Señor de los Milagros que me sacara de esa”, recuerda.
Aferrada a sus motivaciones, la primera prueba fue superada: sobrevivir a los pronósticos médicos y soportar 36 días internada en un clínica luchando por su vida. “Fue un milagro. Me aferré tanto a Dios que fue él quién me sacó de eso. Vi que personas que estaban conmigo con la misma enfermedad murieron, y yo sobreviví. Las ganas de vivir y de querer ayudar a que más personas no pasarán por lo que yo pasé, me motivó”, resalta.
A pesar de haber logrado seguir con vida, la impotencia se apoderó de Martha, la parálisis seguía ahí. El no poder desarrollar actividades rutinarias por sí sola le mostró una realidad cruel de la que era víctima. “No poderme bañar, peinar, comer sola, tener la cabeza firme, el dejar escurrir la baba, todo como si fuera un niño. Fue duro verme en el espejo en la forma en la que yo había quedado”, cuenta.
Su proceso de recuperación
Regresó a Ubaté luego de varios días en los que se enfrentó a la muerte y se encontró con el fantasma de sus malos hábitos. Pero decidida a empezar un proceso de recuperación física y espiritual, Martha tuvo que empezar desde cero: “a punta de terapias volví a caminar con ayuda de un caminador, ya podía sostener la cabeza y hacer más actividades sola. Comencé a recuperarme. Mi familia fue clave”, agrega.
Al cabo de un año, con permanentes terapias, Martha logró volver a controlar sus movimientos y a hacer las actividades que hacía antes, pero aún se sentía vacía.
Una iniciativa: los aeróbicos
En los días que estuvo postrada en una cama, sin poder siquiera mover su cabeza, se propuso que al salir de esa situación empezaría una nueva etapa en su vida y no repetiría los errores que cometió. Por tal razón, empezó a organizar unas sesiones de aeróbicos para retomar control sobre su cuerpo y, asimismo, ayudar a más personas a encontrar espacios para combatir el sedentarismo.
Los aeróbicos fueron la mejor opción y el salón comunal del barrio Norte en Ubaté fue el mejor escenario para iniciar. “Empezamos 12 personas. Pagamos el profesor y así fuimos incentivando el grupo de aeróbicos”, agrega con una sonrisa. Durante 2009 y 2010, todos los lunes, miércoles y viernes; hombres, pero sobretodo mujeres, de todas las edades, asistieron puntuales al salón comunal, que pasó de recibir 12 personas a más de 30 por clase.
De a poco, Martha fue recuperando la voluntad sobre su cuerpo. Pero hay un aspecto que le ha costado más: “los aeróbicos me sirvieron para recuperar parte de mi equilibrio, aunque aún no de manera plena. A mi me toca comer rápido porque no puedo sostener la cuchara por mucho tiempo. Sigo trabajando ese tema”, indica.
Con los días, el grupo de aeróbicos iba creciendo y el salón comunal se quedó pequeño, razones suficientes que motivaron a Martha a presentar un proyecto a la administración del entonces alcalde, Carlos Santana, para logar incluir tal actividad en el presupuesto de deporte. Su petición fue aceptada.
El nuevo lugar escogido fue el parqueadero de Colsubsidio y los participantes iban a cada sesión de manera gratuita. “Las clases eran de 7 a 8 de la noche, de lunes a jueves y ya éramos más de 130 personas diarias. Todo eso lo hicimos durante el 2012 a 2014”, recuerda.
La operación
A pesar de que Martha había tenido una recuperación progresiva, aún estaba lejos de lograr el peso al que debía llegar. Por otro lado, tenía pendiente una operación en su rodilla izquierda, la cual le molestaba desde que era niña. “Ya me tenían lista para cirugía pero por el sobrepeso no me la pudieron hacer. Debía bajar 12 kilos antes de un mes, los cuales logré perder con ayuda del nutricionista y del psicólogo”.
Pero hay más. Martha estaba decidida a tener un cambio definitivo en su vida. El 31 de mayo de 2016, en la clínica Santa Viviana, en Bogotá, le realizaron la cirugía manga gástrica, la cual le redujo el 90 por ciento de su estómago y quedó con uno como el de un bebé: bajó 24 kilos. “Todavía, inclusive, tengo que bajar más. Debo llegar a 58 kilos y hoy peso 63”, acota.
Luego de que se realizara la manga gástrica, su apariencia cambió radicalmente. Los 36 kilos que perdió durante todo ese proceso ya eran evidentes. Martha soportó una nueva intervención quirúrgica y debía asumir otra etapa de recuperación. Le dieron un mes de incapacidad y la primera semana tuvo que lidiar con una sonda.
“Al llegar a mi casa me encontré con mi mamá, que sobrevivía los últimos días a un cáncer. Ella no me conoció. Me dijo –Hable a ver. ¿Usted si es Martha o quién? Salude, – y yo la saludé y me dijo que si era yo, que qué me había pasado, que si había aguantado hambre”, detalla.
Esos días no fueron fáciles para ella. Su mamá, Jerónima Alonso, falleció a causa de un cáncer de estómago a los 15 días de que Martha llegara de su última cirugía en Bogotá, hecho que la obligó a interrumpir su dieta y recuperación. “Eso me estancó, no bajé nada de peso”.
Alimentación
El capítulo de la perdida de su madre había sido doloroso. Pero sabía que debía seguir adelante, por su esposo y sus hijos. Cada proceso por el que pasó Martha parecía un desafío permanente. Cuando le quitaron la sonda, sus hábitos alimenticios cambiaron radicalmente en cuanto al tamaño de las porciones. “Pasé de comer un plato de sopa con seco y jugo, a uno chocolatero con un poquito de comida de cuatro onzas. Fue impactante. Era tal el cambio que a pesar de que a veces comía tan poco, me sentía llena y me tocaba vomitar”, cuenta.
Martha debe comer porciones pequeñas cada tres horas, desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche, lo que ha logrado no solo un cambio en ella sino en los hábitos alimenticios de su familia.
Pedaleando un nuevo estilo de vida
Justo un mes después de regresar de su cirugía, Martha empezó una rutina matutina en bicicleta. En la semana sale a recorrer las diferentes rutas que ofrece el valle de Ubaté, en compañía de su esposo, hijos y demás amigos de entrenamiento. Ya lleva más de un año practicando ciclismo.
“No ha sido fácil, porque el tema del equilibrio es difícil. Yo salgo con un grupo de compañeros y les agradezco que me tengan toda la paciencia, me esperan, me dicen cómo hacer. Por ejemplo, si yo paro en una subida es difícil continuar porque no puedo tener equilibrio para arrancar”, resalta.
Durante la semana sale tres o cuatro días, en los que recorre de 20 a 40 kilómetros y hoy se ha convertido en un referente para muchas personas que padecen de sobrepeso y sedentarismo.
A bordo de una bicicleta en las mañanas, haciendo aeróbicos en las noches y alimentándose saludablemente, sigue al frente de la bicicletería en la que ha trabajado desde hace 21 años, pasa sus días siendo consciente y con la tranquilidad de saber que el sedentarismo y el sobrepeso son cosas del pasado.
Martha aún está a la espera de su cirugía de rodilla y los aeróbicos continúan en el parque Ricaurte*
Jorge Suárez Celis
REDACCIÓN LA VILLA