Más de 3.000 cundinarmarqueses han perdido la dura batalla contra la Covid-19, una enfermedad que marcó la vida de los habitantes del mundo y que aún continúa latente en medio del proceso de reactivación económica que requiere el planeta, donde al menos 134 millones de personas han sido contagiadas con el virus del síndrome respiratorio agudo severo tipo-2 (SARS-CoV-2).
Hoy varias ciudades del país han decidido volver al confinamiento como medida de mitigación y evitar el aumento de casos positivos, que pueden conllevar complicaciones que requieren de servicios especializados en las instituciones prestadoras de salud, llegando al colapso en los niveles de urgencias, mediana y alta complejidad.
La Covid-19 logró transformar el sistema educativo, académico, cultural, económico y social, también permitió observar las necesidades de millones de ciudadanos que se han enfrentado a la enfermedad. En Colombia se han registrado al menos 2 millones 500 mil casos, de los cuales 2 millones 37 mil se han recuperado y unos 65 mil han fallecido.
Hace más de un año, el 31 de marzo de 2020, el gobernador de Cundinamarca, Nicolás García, reportó el primer fallecimiento por Covid-19 en el departamento, una mujer de 81 años en Zipaquirá. En la larga lista aparecen el médico Víctor Julio Dimaté, quien falleció en Girardot en el diciembre anterior esperando una cama en UCI. En el ámbito nacional recordamos a Carlos Holmes Trujillo, Ministro de Defensa; Inírida Cecilia Pérez, directora regional de Migración Colombia en Atlántico; Luis Fernando Arias, del pueblo kankuamo, máxima autoridad de la Organización Nacional Indígena de Colombia, y hace pocos días el coronavirus apagó la vida de un bebé de tan solo un año en Funza, Cundinamarca.
El coronavirus ha llevado a miles de familias a enfrentar la enfermedad de forma diversa, la mayoría convive con el temor de haber contagiado sus seres queridos, encerrados en las habitaciones o viviendas, cuando las condiciones del lugar lo permiten, de lo contrario deben compartir zonas comunes como baños o camas. Algunos asintomáticos, o con síntomas leves, tienen que arriesgarse a salir a las calles, para conseguir cómo sobrevivir y suplir las necesidades básicas como comida, arriendos y demás compromisos económicos.
Otra de las lecciones de la Covid-19, es el contagio predominante en la población de adultos mayores, algunos llegan de los centros de bienestar, donde, con todo el amor, están pendientes de los artículos de primera necesidad como pañales, pijamas y útiles de aseo, mientras permanecen en los hospitales y clínicas del departamento.
Sin embargo, al llegar a las zonas de aislamiento, con el paso de los días y las complicaciones propias del virus, los abuelitos empiezan a sentir la ausencia, evocan aquellas épocas junto a sus familias, recuerdan las labores del campo y casa, donde, con abnegada entrega, cultivaban las montañas y valles de nuestro departamento; mientras otros simplemente reclaman con voz entrecortada ver a sus familiares con la obstinación de no querer comprender que en ese lugar son imposibles las visitas.
Sin duda alguna, nuestros adultos mayores padecen el confinamiento, desean volver a caminar por las calles, respirar profundamente y sentir como el aire llena sus pulmones naturalmente como en medio de la montaña, o simplemente sentarse bajo los tibios rayos del sol a conversar con sus amigos de vieja de data, para compartir esas historias que jamás olvidaran, las cuales en ocasiones repiten una y otra vez.
El coronavirus nos obligó a cuidarnos, a mantenerlos encerrados, mientras ellos por momentos se enojan, pero comprenden que el mundo cambió y aceptan resignados esta transformación, que nos llevó al confinamiento, al uso obligatorio del tapabocas, al constante lavado de manos y la desinfección de artículos.
Situación similar enfrentan nuestros niños, niñas y jóvenes, quienes debieron aprender a manejar computadores para acceder a las clases virtuales, a esas mismas que ellos, en ocasiones son apáticos y las ven como aburridas. Nuestros pequeños cada día nos dan más lecciones de autocuidado, esos chiquillos que ríen y lloran, deben convertir sus cuartos de juego y descanso en aulas de clase, dando grandes dosis de fortaleza y resistencia.
Mientras nuestros jóvenes cansados del encierro prefieren, en su mayoría, volver a la normalidad, a ese reencuentro de amigos para hablar, discutir, compartir secretos, y lanzarse a nuevas experiencias que llegan a convertirse en hazañas y buenos recuerdos de los años de colegio y adolescencia.
Desde la región, desde nuestro querido Cundinamarca, queremos pedirle al Estado aumentar las acciones tendientes a coadyuvar a las familias que han debido aislarse o pasar por alguna consecuencia grave generada por el virus, para atender las necesidades económicas, requerimos alivianar la carga que enfrentan miles de hogares en el país, siendo este clamor una petición generalizada en el territorio.
En este momento que el país aumenta de nuevo los índices por la ocupación de camas en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), es fundamental que todos como ciudadanos fortalezcamos el autocuidado para que, al volver a casa, estemos seguros de no contagiar a nuestras familias, y seguir salvando a más colombianos. La crisis por la Covid-19 no ha terminado, y esta es hora de no bajar la guardia.
Julio Roberto Salazar Perdomo
Ex Jefe de Gabinete Gobernación de Cundinamarca