
Me encuentro en la ciudad de Chiquinquirá desde el 20 de diciembre del presente año. Estoy sorprendido para mal, puesto que esta villa que para los colombianos ha sido uno de los lugares sagrados, en especial por el culto a la advocación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, en la actualidad produce tristeza.
La nostalgia que produce la casa natal del poeta Julio Flórez y del escultor Rómulo Rozo, tiene que ver con el deterioro de la ciudad en aspectos relacionados con la infraestructura y con la burda acogida al peregrino. Por ejemplo, las calles de la ciudad parecen la trocha que puede conducir a la vereda de Velandia en el municipio de Saboyá, en la canción del cantante Boyacense, Jorge Velosa.
Por otra parte, la manera en que se planea y se ejecuta la logística de la verbena popular que se desarrolla en la plaza de la libertad (lugar en el que se encuentra ubicada la Basílica de Nuestra Señora del Rosario), no es otra cosa que la manifestación de la ingratitud que el pueblo chiquinquireño tiene con los peregrinos que visitan el Santuario y la ciudad, puesto que después de la fiesta, la plaza queda en un estado desastroso: basura en todos los rincones y los olores más desagradables, resultado de entender el lugar de encuentro como un baño público y como el basurero municipal.
Es necesario decir que, cuando los turistas visitan Chiquinquirá podrían encontrar una ciudad que los invita a quedarse y disfrutar de los restaurantes o, de las artesanías que se elaboran en tagua, pero no, los visitantes quieren salir corriendo porque no se aguantan el olor, ni el desorden de una ciudad que no los acoge, sino que los repela. Lo anterior es una clara demonstración de la poca falta de proyección del gobierno local y de los chiquinquireños que, no son capaces de comprender que su pueblo podría ser un lugar en donde los turistas podrían vivir toda una experiencia cultural y espiritual, la cual redundaría en generar una transformación en la incipiente economía del pueblo. Así mismo, contribuiría a que el municipio asumiera una identidad propia desde la vocación de acoger a quienes vienen en busca de una experiencia de reconciliación y de paz.
Como símbolo de resistencia, la fachada de la Basílica no se encuentra decorada como habitualmente sucede cada año. El interior del templo sí se encuentra maravilloso. Quisiera interpretar el signo como un mensaje de los frailes dominicos, quienes han sido guardianes del Santuario durante varios siglos, como un signo de protesta ante la suciedad y la ingratitud de los ciudadanos con el lugar más conocido de la región y el único por el que cientos de personas siguen visitando Chiquinquirá.
Por: David Sáenz Guerrero