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Mi primer día en Nueva York

Fecha:

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Érica Vallejo Chica  @EriVallejoChica

Comunicadora social y periodista

Cero y van seis. Es lo primero que sale de mi boca mientras escribo en el calendario “Antico Noe”, el último restaurante donde trabajé durante dos semanas. Esta vez no quería decirle a mi madre que nuevamente renuncié, pues para ella resulta tormentoso saber que estoy sin trabajo en un país donde literalmente, no tengo a nadie.

Apenas voy a cumplir seis meses desde que llegué a Nueva York, aunque he conocido personas de diversas partes del mundo, aprendí a vivir sola; gracias a eso, descubrí quién soy, dejando a un lado lo que impone la sociedad y que obliga a más de uno a ocultar su realidad por temor al rechazo.

Antes de llegar a Nueva York tenía claro que la próxima vez que volvería a Colombia sería, exclusivamente, para visitar a mi familia, ahora que estoy aquí lo reafirmo una vez más, pues definitivamente ‘La Gran Manzana’ es una ciudad de oportunidades, de hecho me atrevería a decir que por lo menos 9 de cada 10 personas con las que he tenido la oportunidad de platicar, aseguran que durante una semana pueden ganar el dinero que con un mes de trabajo obtendrían en su país de origen como: Italia, España, Polonia, Turquía, Rusia, China, Japón, Tailandia, México, Argentina, Colombia y un sin número de países que ya no logro recordar.

Desde luego no hay felicidad completa y el dinero no lo es todo, bien dice el dicho “el que no arriesga no gana” y aquí, la gran mayoría nos arriesgamos a dejarlo todo. Todo es todo. En mi caso por ejemplo dejé a mi familia, renuncié a mi trabajo como periodista de El Tiempo Televisión donde laboré durante tres años, vendí lo que con tanto esfuerzo conseguí, lo dejé todo, algunos decían que era muy osada, otros que era una berraca, mientras tanto yo estaba “muerta” del susto sin saber a ciencia cierta con qué me iba a encontrar.

La situación se puso peor cuando unas semanas antes del vuelo, un camarógrafo, amigo de un amigo que vive en Queens, dio un paso al costado y sin el más mínimo reparo me dio a entender que definitivamente no me podía colaborar ubicando un lugar para vivir, porque estaba ocupado trabajando. Con la carta de renuncia firmada por mi jefe y sin posibilidades de dar marcha atrás, literalmente quería que se abriera la tierra, ya podrán imaginar el grado de desespero que me invadía, sin embargo, la marea empezó a bajar cuando la persona menos esperada, que incluso pocas veces saludaba, resultó siendo ese ángel que se cruzó por mi camino y no solo me ayudó a ubicar un lugar dónde vivir, sino también un instituto para estudiar Inglés, este último fue el motor que me impulsó a salir del confort, ese mismo que pocos se atreven a soltar.

A propósito del idioma, siempre recordaré mi primer día aquí, se suponía que Vilma, la mujer que me dejaría hospedar en su casa, estaría esperando por mí en el aeropuerto, pero no fue así, ese día a Vilma ‘La Loca’ -no es que yo la quiera llamar así, es su apodo, qué le va muy bien- se le ocurrió salir de parranda, justamente ese día, tal vez para ella era un día como cualquier otro, pero para mí era y será uno de los días más importantes de mi vida.

Mi mayor temor era enfrentarme a una selva de cemento como Estados Unidos. Y qué me dicen del idioma, a duras penas sabía decir I don´t speak English, porque cuando llegué hasta aquí, literalmente no entendía ni ‘mu’, tal vez fueron los nervios o probablemente el dinero que invertí durante un año en un reconocido instituto de lenguas de Bogotá no sirvió de mucho, como quien dice: esa platica se perdió; el caso es que por ‘la loca’, o por el destino, me vi obligada a enfrentar uno de mis mayores temores: defenderme sola en Nueva York en mi primer día. Bien dice el conocido refrán: “Al que no le gusta el caldo le dan dos tazas”.

Estando en Nueva York realizó un directo para El Tiempo Televisión. Archivo particular.
Estando en Nueva York realizó un directo para El Tiempo Televisión. Archivo particular.

Recuerdo que el avión aterrizó a eso de las 8 de la noche. La odisea empezó cuando intenté comunicarme, pues mi celular estaba fuera de servicio y por supuesto para conectarme a la red de Wi Fi necesitaba la clave. Adicionalmente, era la primera vez que viajaba en un vuelo comercial. Muy ‘pinchada’ había viajado en el avión del Ministro de Defensa, en aviones y helicópteros de las Fuerzas Militares y de Policía, pero nunca había tenido la oportunidad de subirme a un avión comercial, entre otras cosas uno va más cómodo y cada pasajero tiene su propio televisor. Otra cosa es que el ruidito abarca una diferencia abismal. La maleta también era una de mis preocupaciones, pues no tenía ni idea de su paradero y mucho menos en dónde la podía encontrar, pero como buena colombiana dije “Pa’ donde va Vicente va la gente”, bueno hay casos excepcionales, solo que en Colombia nos tomamos a pecho el muy conocido refrán.

Cuando finalmente di con mi maleta, empecé a mirar para todos lados como niña perdida en un centro comercial. Recuerdo que intenté hablar, o más bien balbucear, con un señor de edad que trabajaba en el aeropuerto, era tan evidente mi pésimo nivel de inglés que por fortuna el señor notó que yo hablaba español, si mal no estoy, él era peruano. Recuerdo que no le pude dar las gracias por su ayuda, pues me dejó hablando con un ecuatoriano y una colombiana, y de un momento a otro desapareció.

La colombiana, oriunda de Barranquilla, me empezó a comentar que llevaba varios años en esta ciudad. Me preguntó también si planeaba quedarme, desde luego siempre ha sido mi intención, pero de manera legal, automáticamente ella dijo: ¡Cásese!, como si fuera una cosa cualquiera. Además eso de casarse implica vivir con alguien y realmente me da ‘mamera’ que quieran irrumpir mi libertad, así que por ahora no es esa mi mejor opción. El ecuatoriano por su parte me prestó su celular para llamar a Vilma quién por enésima vez me dio su dirección. Finalmente, el ecuatoriano, me acompañó a la salida del aeropuerto y abordó un taxi para explicarle al conductor hacia dónde me dirigía, no era un taxi como los que uno está acostumbrado a ver en Bogotá, parecía una camioneta, pero amarilla, al respaldo de las sillas delanteras había una mini pantalla y en ella una ranura para deslizar la credi card. Como era de esperarse, empecé a hablar con el taxista, le pregunté su nacionalidad, recuerdo que era Bangladés, quería preguntarle muchas cosas, pero el idioma me limitaba demasiado, así que decidí contemplar un poco el panorama. Era de noche, aun así podía visualizar lo que me imaginaba. Todo era como un sueño hecho realidad, los semáforos, la señalización, las calles, las estructuras de las casas, todo era tal y como lo había visto en las películas, se veía muy ordenado, tranquilo y seguro. Realmente estaba fascinada.

Aquí con algunos compañeros de Tailandia y Francia. Archivo particular.
Aquí con algunos compañeros de Tailandia y Francia. Archivo particular.

Finalmente llegamos. Desde luego no tenía ni idea si era o no la casa de Vilma, así que me bajé del carro para preguntarle a dos personas que salían de la vivienda y si en efecto era la dirección que yo estaba buscando; un señor con poco pelo y acento paisa me indicó que la casa de Vilma se encontraba doblando a la esquina, sin pedírselo tomó mi maleta y se ofreció a llevarme, sin embargo, el taxista abrió la cajuela de su vehículo para que volviera a subir mi maleta, y cuando digo la cajuela me refiero a una especie de monta carga automática que bajaba hasta el piso de modo que solo tenía que rodar mi maleta. Como era tan cerca no me incomodaba caminar un poco, sin embargo el taxista insistió, resaltando que no me iba a cobrar más de lo que ya había pagado, así que decidí volver al carro. Puede que suene cursi, pero su solidaridad me conmovió y, eso no es nada, cuando finalmente estábamos frente a la casa de ‘la loca’ había un letrero, desde luego estaba en inglés y tenía la silueta de un canino, como si alertara sobre la presencia de un perro. Para completar no había timbre y con aquel aviso, era mejor no correr riesgos, fue ahí cuando el taxista empezó a hablar, yo no le entendía absolutamente nada, así que sacó su celular y empezó a utilizar el traductor para explicarme que no se iba a marchar hasta que alguien saliera a recogerme; yo soy de las que cree  que nada en la vida ocurre por casualidad. No soy católica, cristiana, romana o algo parecido, pero sí creo que Dios existe y que aquel hombre tenía que estar ahí.

Por fin alguien salió a recogerme, un hombre mayor con acento paisa que resultó ser peruano, entré al basement o sótano, el calor era insoportable, se suponía que ya estaba frío porque el otoño apenas empezaba, pero no, hacía mucho calor, me sentía como en Melgar. Casi una hora después llegó Vilma, quien finalmente me acomodó en un sofá, yo realmente estaba muy agradecida porque al menos tenía un lugar donde dormir, desde luego no era gratis, lo malo fue que días después me vine a dar cuenta que esa era la cama del perro, claro eso siempre estaba lleno de pelos y en una ocasión no se quería bajar del sofa, pero bueno, era yo quién estaba invadiendo su espacio.

Aunque mi primer día fue una odisea me dejó grandes enseñanzas y, por supuesto, una gran experiencia, por lo pronto “aquí estoy y aquí me quedo”, más feliz que nunca, con el cabello suelto y alborotado, con la mirada en alto y con ganas de alcanzar mis metas y compartir mi experiencia, para que alguien más decida dar ese paso que tanto cuesta, pero que vale la pena, pues salir del país cambia la visión y la perspectiva de todo aquello que nos rodea.


 

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