Por: Juan Carlos Molano Carrillo
Especial para el Periódico La Villa
Leer en entornos tecnológicos es más que el desarrollo de dispositivos. Y los contenidos de esa lectura tampoco se pueden tomar a la ligera. La Feria Internacional del Libro de Bogotá número 28 se quedó corta en la innovación del libro en pleno siglo XXI.
Alejandro Magno fundó en el año 331 antes de Cristo la ciudad de Alejandría. Ubicada estratégicamente en lo que sería un prominente puerto del Mediterráneo, llegó a ser el centro cultural más importante de la Antigüedad occidental. Allí, una edificación de paredes de mármol reflejaba el camino del conocimiento del mundo: el primer instituto científico, laboratorios, un observatorio y una colección de libros entre 700 mil y 1 millón de volúmenes, que constituían la Gran Biblioteca de Alejandría.
Se dice que para contener esa enorme cantidad de papiros se mandaron mensajeros a todo el mundo para que buscaran libros de todas las culturas y lenguas. Y se sabe que de los barcos que atracaban en el puerto alejandrino se hacían copias de todos los pergaminos que en ellos se llevaban. El resultado fue una inmensa agrupación de conocimientos astronómicos, matemáticos, físicos, químicos, históricos, filosóficos y lingüísticos.
Pero la caída del Imperio Romano de Occidente condujo a la destrucción de la Gran Biblioteca, que con sus papiros fue reducida a las cenizas. Se condenaron entonces al olvido las voces del ayer y el ejercicio de la memoria. Pero las ideas son un germen que sobrepasa las barreras, y la historia de Alejandría y su biblioteca trascendieron los tiempos, como si defendieran desde otro espacio la memoria de los hombres.
Llegó a la Feria Internacional del Libro de Bogotá en el 2006, cuando esa exposición invitó de manera honorífica a las capitales mundiales del libro. En esa ocasión, su historia renació una vez más en forma de representación de la Biblioteca Alejandrina, la reconstrucción que apoyó la Unesco. Sus vastos 85 mil metros cuadrados que ahora la erigen salvaguardan ocho millones de libros y cien mil manuscritos antiguos, además de documentos electrónicos y material audiovisual que dan cuenta de cómo ha cambiado la civilización. Un pedazo de Alejandría llegó a nuestra América.
Este 2015, la historia se repite de manera más metafórica: el pabellón Alejandría Digital de la versión veintiocho de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Desde el 331 antes de Cristo hasta el 2015 después de esa era, Alejandría permanece: insistente, persistente, resistente. Y es esa la historia que merece ser salvaguardada con el mayor cuidado.
Sin embargo, esta Filbo no lo consiguió. Tristemente dispuesta, habilidosamente pautada, absurdamente ajena al entorno librero, Alejandría Digital no cumplió las expectativas de una nueva manera de abordar la lectura, la literatura, el conocimiento y el lector, todo desde el ámbito tecnológico del siglo XXI.
Y es que por digital no solo se debe entender internet o dispositivo móvil; por el contrario, se debe abarcar la interacción multimedia, la experiencia lectora, el entorno geopolítico, los contextos sociolingüísticos, las nuevas miradas del mundo. Y, especialmente, se debe comprender a varias nuevas generaciones de hombres y mujeres que nacieron en menor y mayor medida en escenarios cada día más tecnológicos.
Desde la industria editorial, también deben hacer parte de esa nueva perspectiva las formas, los espacios y los tiempos adecuados para llevar a la población esas nuevas maneras de leer. En ese sentido, librerías digitales, los puntocom y las bibliotecas públicas, aunque geolocalizados, son los primeros en hacer que lo digital se tome la literatura. Pero nada de esto se vio en el pabellón 19 de Corferias. Tampoco tuvieron lugar las características de la lectura digital, que muy seguramente muchos en Colombia no conocen.
Por ejemplo, a los autores podría interesarles un espacio en el cual se les ofrezca un menor tiempo de publicación. Los textos plenos (o sin mayor contenido multimedia) convertidos en contenidos digitales pueden tardar tan solo 48 horas en llegar al público. A su vez, al público le podría gustar un pabellón que le muestre que un entorno digital podría ser menos costoso que un entorno tradicional de librería, precisamente porque los procesos involucrados disminuyen. Quizá quiera saber que, en promedio, el valor de un libro electrónico puede estar por debajo del 30 por ciento del costo de un libro físico.
Y esto, en un contexto como el colombiano, permitiría asumir el reto de la lectura digital y la biblioteca con mayor fluidez y crecimiento. Los padres tendrían una manera más asequible de llevar a sus hijos por el camino de la literatura, cohabitando con el impreso, y el Estado profundizaría la lectura en territorios que han sido alejados de ella por múltiples factores.
Aunque en Colombia ya se celebra la Semana del Libro Digital, y hay organizaciones como el Cerlalc, la Biblioteca Nacional y e-libros que le apuestan al asunto, parece no haber respuesta pertinente de organizaciones como las que pautaron el pabellón Alejandría Digital. Estas se limitaron a presentar dispositivos móviles que facilitan la lectura en las pantallas, pero que no están pensados para el ejercicio. Son celulares, tabletas genéricas y televisores que a través de aplicaciones permiten leer contenidos.
En material escolar, por ejemplo, al 2013, en el mercado editorial colombiano la lectura digital correspondía a menos del 1 por ciento de las ventas de toda la industria editorial, aunque al tiempo se editaba el 15 por ciento de la misma. Luego hubo una revitalización de ese sector, aunque tímida, que llegó por cuenta de la literatura infantil y juvenil. En el Reino Unido, por ejemplo, fue la saga de Harry Potter la que impulsó de nuevo una industria lectora que estaba de capa caída. El Estado colombiano ha aportado en alguna medida con el crecimiento de lo digital en el país, con la compra de material digital para los planes nacionales de lectura que incluyen tabletas entregadas a diferentes instituciones educativas.
Lo anterior implica que hay una gran oportunidad para impulsar la lectura digital, desde los editores hasta el Estado, pasando por los maestros, desarrolladores y comercializadores de dispositivos, finalizando con los escritores y lectores. Para todos ellos debe ser claro que la lectura digital no debe ser confundida con escanear páginas, dejarlas en la red y abrirlas desde una pantalla. Ni ser entendida como una entidad estática, y en ello es claro el Kindle, un dispositivo lector de libros electrónicos nacido en el 2007 que, aunque revolucionó la industria, fue superado por las tabletas. Su precio es una huella indiscutible: de más de 1 millón de pesos que costaba hace ocho años, hoy se consigue en 140 mil pesos, en promedio.
Pero siempre, por más innovaciones que haya, hay una gran diferencia entre dispositivos y contenidos. Y es este el gran reto que le queda pendiente a la Feria Internacional del Libro de Bogotá, porque Alejandría no debe ser tomada a la ligera, y quien quiera continuar su legado debe hacer más que poner stands de venta. Una Alejandría Digital debería ser la transformación de la relación entre escritores, lectores e intermediarios a través de herramientas auténticamente pensadas para leer en una realidad virtual.