La mujer que a sus 65 años actúa como una niña de 5

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Archivo particular.

Lucinda Sánchez es una mujer de 61 años que, según reporte médico, sufre de una alteración en sus habilidades sociales. Para entender esta alteración se debe reconstruir la historia de esta mujer que fue retirada del colegio desde la primaria y que vivió encerrada hasta hace 5 años, cuando falleció su madre.

Para la psicóloga Diana Páez: “Lucinda presenta un trastorno de personalidad esquizotípica”. Este trastorno, a diferencia de la esquizofrenia, no hace que el paciente se desconecte de la realidad o presente alucinaciones. La Doctora Paez explica que había encontrado pacientes con deterioro social causado por infartos cerebrales o por enfermedades neurodegenerativas, pero nunca había conocido uno tan particular como el de esta señora, causado por aislamiento.

El aislamiento de Lucinda inició cuando apenas completaba la primaria en la Normal Superior, por una supuesta recomendación médica que alertó a la madre de la niña sobre su estado de salud y que a su vez obligó a la menor a permanecer en casa cuidándola.

Según versiones de vecinos de la familia, la señora Maria Helena Sánchez, madre de Lucinda, la obligaba a permanecer en el hogar y cuando esta se ausentaba encerraba a su hija.

Vecinos como Ofir Páez, habitante de Susa, explican que María Helena era una mujer que vivía con miedo, solía dejar a su hija encerrada y creía en cosas extrañas. “Una vez, decidí visitar, en compañía de mi mamá, la casa de las Sánchez y me causó desconfianza ver el patio lleno de cruces y piedras. Lucinda estaba encerrada y María Helena no me dejó saludarla”, narró.

Tras la muerte de María Helena, Lucinda quedó a su suerte. Esta mujer, acostumbrada a depender de su madre y que vivió toda su vida en arriendo en los municipios de Zipaquirá, Ubaté, Cajicá, Susa y Fúquene, sólo le sobrevivió una tía residente en Zipaquirá, quien no se hizo cargo, pero que la notificó de un lote de una herencia del que nunca hizo posesión su madre.

Esta “herencia” se convirtió en el único patrimonio de María, que debió acudir a la ayuda de ajenos para construir un rancho con tablas y plástico. Luego logró asistencia del municipio de Susa, que le construyó una habitación con una unidad sanitaria, pero que carece de servicios públicos y en el que mora a luz de vela, que presenta filtraciones y grietas en las paredes del domicilio.

La mujer, acostumbrada a las creencias paranoicas de su madre, había sido enseñada a no recibir nada de extraños, que son ahora quienes la asisten para suplir sus necesidades alimentarias. También recibe ayudas de la parroquia de Fúquene, donde le asisten con mercado y ropa.

Lucinda no ha superado la muerte de su madre, aprieta sus manos y se le llorosean los ojos cuando se refiere a ella, pues se siente sóla y desprotegida en el mundo. Aun así sus vecinos y otros habitantes de la zona, tratan de ayudarla a adaptar al mundo, en un ejemplo de solidaridad y unión frente a la calamidad de este adulto mayor.

El proceso de reincorporación a la sociedad ha sido difícil y doloroso para Lucinda. Los choques con otras personas son constantes y diferenciar lo bueno de lo malo es una tarea complicada para esta mujer. Lo que sí está claro es que esta mujer recuperó la libertad que sus padres le robaron a los 11 años y ya en la tercera edad tuvo que aprender del oficio como hilandera para poder sobrevivir, una labor campesina muy característica de nuestra región.

VALERIA PINILLA Y JESSICA LEAL
REDACCIÓN LA VILLA